.Pasamos más tiempo HABLANDO de amor que HACIÉNDOLO.

Yo te miraba en espiral porque te amaba pero quería salir corriendo, mis dedos no sabían ya pronunciar una caricia sin que surgiera un nuevo temor desde las yemas. Incapaz de mirar a las decepciones a la cara, volvía de lleno a tu centro, a derramarme, a licuarme, a llenarte de blanco la oscuridad, a dejarte pringada la soledad...mi forma de hacer el amor un deporte de riesgo.

Sigo buscando en los v e r s o s eso que todos sabemos sentir pero que A Ú N no hemos sido capaces de explicar.

miércoles, 29 de junio de 2011

ser así NO cuesta nada

Somos buenos desentendidos
y malos entendedores.
Cuerpos que se encuentran,
casi nunca almas.
Somos los perdidos inmersos en la multitud,
los desencontrados que se siguen buscando.
Somos nadie y somos todo para alguien.
Buscamos algo que no llega
y encontramos lo que no se está buscando.
Somos lo que hacemos
y dejamos de hacer por temor.
Somos prueba y error.
Somos miedo en el aire con toda seguridad.
Frágiles con certeza.
Expertos en simular.
Aprendices en el arte de amar.
Pedimos socorro a gritos
pero no nos escuchamos,
los ecos no llegan a ninguna parte.
Somos adultos e infantiles
y a veces  no sabemos que traje ponernos.
Somos inmaduros, torpes, ciegos y sordos.
Los mejores postores sin garantías.
Amontonamos miserias y soledades en la cama
que nadie se atreve a incendiar.
Queremos evolucionar, crecer
pero nos queda cómodo el disfraz de cobardes.
Nos perdemos una vez más y van…
Todavía no aprendimos a volar
y caminar nos duele.
Nos enfermamos por amor
y nos curamos con la misma droga que genera la patología: amor
Nos ahogamos, nos rompemos, respiramos
y nos estamos abrazando otra vez.
Somos caricias y raspones
No somos quién, pero quisiéramos ser.
Somos las ganas prendidas,
pero olvidamos la actitud en el placard.
En más de una ocasión obedecemos ciegamente al pensar
sin darle lugar al sentir.
Y a todo, absolutamente a todo, le seguimos buscando un por qué.
Dame cuatro minutos,
yo te regalo un día entero.

miércoles, 8 de junio de 2011

revolución en los corazones

¿Acaso se me habría vuelto costumbre esto de cometer sincericidios? A decir verdad me daba cierto temor…ya sabés, el peligro de la honestidad es no saber callar.
Entonces, una vez más, las palabras empezaron a andar solas con total libertad, sin censura alguna para romper el silencio que nos invadía. Y no pude parar. Esa irrefutable necesidad de decir lo que se siente sin pensar lo que se dice. A veces me detenía en algún que otro detalle que se me venia a la mente y lo contaba de manera tal que estaba sucediendo de nuevo. Y sonreía. Y sonreíamos. Parecía entender a la perfección lo que le estaba diciendo. O al menos eso me hacia creer. Por momentos no se animaba a mirarme y agachaba la cabeza como sintiéndose culpable de lo que le estaba contando. De lo que me estaba pasando. De lo que le estaba pasando.
Y sobrevino un silencio memorable que nos vidrió los ojos. Que le dió espacio al sonido de los golpecitos del corazón, que de un tiempo a ésta parte se había convertido en protagonista indiscutible. 
Y le conté más. Le dije que íbamos a destiempo, que nuestros corazones iban a destiempo y nada podíamos hacer contra eso. El tiempo nos había desajustado, porque él si era exacto a diferencia nuestro y éramos nosotros los que teníamos que ajustarnos a su andar.
Después de escuchar mi monólogo me dijo que se le había llenado el cuerpo de dudas. Que se había permitido sentir...que lo que le estaba pasando hacía tiempo no le pasaba, por miedo, por gusto, por comodidad, por espacios que no se pueden llenar. Que todo eso reprimido que tenía estaba siendo empujado hacia fuera, cuándo me escuchaba hablar así.
Que las palabras acercan es un hecho, del que creo, no todos somos conscientes, si no  ¿cómo se explica qué es más lo que callamos qué lo qué decimos? De suceder lo contrario las únicas distancias existentes serían las geográficas. Esas que separan dos cuerpos pero jamás dos almas. Tan cierto cómo que todo lo no dicho construye muros y no puentes.

Nunca me habían hecho saber que las incoherencias que salían de ésta boca podían llegar tan lejos, ahí dónde pocos tienen la entrada permitida y otros tantos prohibida. Pero cuánta felicidad da saber que podés llegar a despertar un corazón adormecido.
No debe haber nada más lindo en el mundo que abrazar y sentir al otro temblar. Nada.