a mi vida
a mi mundo
a mi cama.
Te observo dormir,
con el ombligo boca arriba,
de la manera más hipnótica que pueda hacerlo
con el alma entre las manos
y el corazón rebalsado,
tan lleno de tanto.
Tu nariz fría, simétrica, casi perfecta
descansa en mi frente.
Te escucho respirar
y se me llenan los pulmones de esperanza.
Quiero contarte:
los dientes te rechinan;
roncas aisladamente
como dando(me) aviso de que estás ahí,
que no existís solo en mi cabeza,
y cuándo lo haces,
al tercer/cuarto ronquido te detenes.
Dormís en diagonal,
tus piernas encastradas con las mías;
tus brazos abrigan el hormigueo de mi espalda
y me hacen sentir que es el mundo el que me toca,
y no ese personaje mentiroso de chico desinteresado que vendes,
que pensé que eras.
Con mi cabeza sobre tu pecho pestañeo,
como lo hago cuando veo pasar estrellas fugaces
porque me siento incapaz de abarcar tanta belleza,
y pienso que nunca nadie nos dijo que era mejor contar latidos
en lugar de ovejas para conciliar el sueño,
nunca supe que el sountrack que te sale del pecho
iba a rankear mi playlist favorita.
Te movés muy poco,
lo suficiente para cohabitar
la existencia de nuestros cuerpos.
Cada tanto te das vuelta,
y en ese vaivén me llevás a cuestas,
como si supieras
que el stock de abrazos está en rojo
y vos venís con barra libre
de caricias y besos.
Yo sonrío
y relamo cada espacio de tu espalda
cubierta de acero,
deseando que se oxide,
y deje al descubierto la magia de tu piel
con la ilusión de que tu escudo
termine dónde terminan
los remaches de tus protecciones : en la basura.
Ahora decime, qué escondes bajo la armadura: ¿el corazón o la herida?,
tu vulnerabilidad me pierde, me ceba, me enrosca, me quema
y me hace entender que mostrarse vulnerable
es también un acto de valentía
y que no hay sensación más genuina
que desnudarse frente a los ojos del alma
Tu despertar me alumbra las paredes
antes que el sol
tu sonrisa ancha de "buen día"
(entre mimo y mimo)
le gana la batalla
a cualquier domingo