martes, 12 de junio de 2012
vivir sólo cuesta vida
Aprender a mirar con otros ojos, con los del
alma, con esos que ven más allá de lo perceptible,
de lo palpable. ¿Cuántos son los que no tienen los ojos del corazón vendado?
Esos que arriesgan con la convicción de que nada los va a enceguecer, los va a
detener. ¿Dónde están los que no se sienten intimidados por un amor que los
obliga a saltar al vacío sin paracaídas, sin temor a los golpes? Al después...
¿Nunca
te pasó que sentís que no encajas? ¿Que
el aire te aplasta, te asfixia? ¿Que lo que te rodea está de más? ¿Qué
seguís
buscando sin encontrar ese lugar, ese pedacito de espacio que te permite
ser sin
tapujos aquella que sos cuando nadie te ve? ¿Que te querés
mudar de mundo en busca de algo que te llene? ¿No te pasó? Como vos,
como tantos, como muchos, como pocos, acá estoy temblando, tiritando del susto que me provoca tanto espacio vacío. Y andar sin saber adónde ir, esquivando calles para amortiguar el golpe y amainar el dolor. Querer experimentar la sensación de la ley de la gravedad y flotar en el aire como burbuja hasta estallar, los dos, de a dos, para sonreír con
más ganas, BIEN
FUERTE, a la par, hasta que duela el cuerpo. La
no-autouficiencia, mi marca personal, de la que reniego y celebro a la
vez, la que más amo y
odio en simultáneo porque odiar es otra
forma de amar, de amar lo que no tenemos. Y amar sanamente, sin
porqués, ni cómo, ni
dónde, ni cuándo. Sin peros ni reproches, sin preguntas ni respuestas,
sin lógica ni sentido común, sin importar tiempo y lugar, aunque a veces
duela,
amar siempre es la respuesta. ¿Cuántos lo entienden? ¿Cuántos lo
practican a
diario? ¿Cuántos más son los que le escapan a esto que se llama crecer?
(no de
cuerpo, si no de alma) ¿Cuántos más son los que le tienen miedo a esto
de vivir?
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